Hay que partir de cero explicando que un paciente de reproducción asistida atraviesa a diario infinitas preguntas sobre su futuro más inmediato y a largo plazo: “¿Irá bien mi próximo tratamiento? ¿Podré superar no ser padre/madre? ¿Cómo va a ser mi vida si no lo consigo?”
Teniendo en cuenta estas preguntas y su estado de ánimo es fácil hacerse a la idea de que su estado de ansiedad es permanente.
Pese a todo la vida avanza (afortunadamente) y a nuestro alrededor siguen ocurriendo acontecimientos independientemente de los obstáculos que nosotros estemos viviendo, por lo tanto recibir la noticia de un embarazo de alguien de nuestro entorno suele ser algo frecuente.
Para quien da la noticia, si sabe la situación por la que pasa el paciente, suele ser también algo complejo porque entiende que ésta puede resultar dolorosa, pero… obviamente hay que decirlo, ocultarlo no haría otra cosa que agravar la situación.
Si no se sabe, simplemente se da como lo que es: una buenísima noticia: un nuevo miembro se une al clan.
Cuando nos enteramos de que alguien a nuestro alrededor va a tener un bebé se desencadena un movimiento de emociones como si fuera una sinfonía de explosiones sorpresa: comienza con una diminuta alegría que pasa desapercibida, seguida de un golpe en el centro del alma que te recuerda con malvada contundencia que “tú no puedes ser madre”, una bola negra de tristeza, rabia e impotencia… y justo después el bombazo final “¿En serio estoy enfadada porque esta persona esté embarazada? SOY MALA. Esta situación me ha vuelto mala persona. No puedo alegrarme por algo bueno.”
El objetivo de este post es desgranar estas emociones para que observéis desde otra perspectiva de dónde viene esa sensación tan confusa de “No puedo alegrarme y me siento fatal por ello”.
Vamos por partes.