La culpa es probablemente una de las emociones más constantes que nos acompañan en reproducción asistida.

Si además le sumamos escasa paciencia e irritabilidad,  una sensación de amargura constante desemboca en una misma conclusión: «Perdone señora pero esta no soy yo»

Hoy abordamos por qué nos sentimos tan mal con nosotras mismas durante un proceso de Reproducción Asistida.

Vamos al lío baby.

Érase una vez MI YO DE ANTES DE TODO ESTO

No tardé mucho tiempo en darme cuenta que algo en mí había cambiado desde que Pablo y yo habíamos iniciado nuestro camino en Reproducción Asistida.

Lo primero que perdí fue la paciencia, aunque para ser sincera nunca he ido sobrada de esta virtud.

Envidio profundamente a esas personas que no sueltan un alarido cuando justo antes de proclamar al vencedor de Supervivientes te meten quince minutos de anuncios, o que son capaces de no maldecir la lentitud de los tres minutos del microondas calentando la leche, o que mantienen la calma y una sonrisa serena de «No pasa nada, no se preocupe» cuando alguien en la fila del supermercado es lento a la hora de meter sus cosas en las bolsas.

Pablo es de esas personas, incluso es capaz de dormirse antes de que proclamen al vencedor de Supervivientes y esperar al día siguiente para enterarse de quién se alzó con el maletín.

Yo no.  Así que imagínate de qué materia base estaba partiendo cuando empezamos este camino.

Lo siguiente que descubrí fue que se me había agriado el carácter.

Recuerdo una ocasión en concreto en la que a la entrada de un parking en un centro comercial, una señora hizo un zigzag con el coche quitándome el sitio para el que llevaba esperando una eternidad, más o menos medio minuto largo.

La fulminé con la mirada porque de buena gana le habría montado un pollo, pero se libró porque ella iba con dos niños pequeños.  Y aquí viene lo clamoroso: se me pasó por la cabeza rayarle la puerta del coche con las llaves.

Fue tal el impacto que ese pensamiento produjo en mí que no solo no lo hice, sino que me fui de allí con una sensación de «¿En qué co*o me estoy transformando por el amor de Dios? ¿Quién soy ahora? ¿Un nuevo personaje de los Vengadores?»

Y por si todo esto fuera poco… llegó LA CULPA, para recordarme que no solo me había vuelto mala persona, sino que además me estaba alejando de mi familia, de mis amigos  e incluso de mi misma.

Porque claro, yo tenía la culpa de estar en esa situación: debería haber sido más insistente con ponernos manos a la obra mucho antes; no debería haber antepuesto mi vida laboral o ¿Por qué esperé tanto? Podía haber sido madre sola perfectamente y no tener que enamorarme de ese chico tan guapo, inteligente y perfecto que la vida había puesto en mi camino.

No eres tú SOY YO

Todo este panorama que te estoy contando es para decirte que en ese momento no fui consciente y me costó muchos años (y terapia) darme cuenta que era una auténtica olla exprés a punto de eclosionar, y mis emociones soltaban lastre a través del enfado y la amargura.

¿Y la culpa?  La CULPA aparece porque es imposible comprender que las cosas no siempre pasan por algo.  Que no siempre hay un culpable y que en la mayoría de las ocasiones, no hay nada ni nadie que sea responsable de nuestros males.

La infertilidad es una de estas circunstancias.  No es culpa de nadie: ha aterrizado en nuestra vida, sin más.

Y aunque así fuera, aunque hubiera un culpable, no sirve de nada quedarte anclada en ese pensamiento tan destructivo que es el rencor y que solo produce ira y estrés.

Ahora mismo estás con las manos en el tablero de juego, y existen oportunidades de éxito para ti, tu pareja (en caso de tenerla) y la posibilidad de un embarazo con final feliz.

RECUERDA QUE:

– NO TIENES CULPA DE NADA.

– Estar de mala leche es NORMAL.

– Estar triste es NORMAL.

– Perder la paciencia es NORMAL.

Pero lo que no es NORMAL, ni lo será nunca, es aguantar hasta el día siguiente para saber quién ha ganado Supervivientes y no verlo en directo.

NOTA: Por favor, NO ESPERES A COLAPSAR para pedir ayuda o comenzar terapia con un especialista en psicología.  Repara daño por daño y consigue herramientas personalizadas con un profesional cualificado.

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